Una de las conclusiones a las que me lleva mi experiencia de vida entre finales de la década de los ochenta y comienzos de la década de los noventa es la diferenciativa entre el que llamo funcionamiento por los demás y el que llamo funcionamiento por objetivos.
Hasta que decido presentarme a oposiciones y sobre todo hasta que apuesto por la preparación de oposiciones como mi actividad fundamental yo era una persona que hacía pender su futuro de presuntas por necesarias intervenciones del prójimo. Esto se plasma fundamentalmente en el logro del reconocimiento como presupuesto para la viabilidad de mi carrera artística – o trabajo como pintor, menos rimbombantemente -. Pero no es lo único. También se dan estas expectativas en ámbitos tan peregrinos como la estéril actividad política de la primera mitad de los ochenta. E incluso podrían rastrearse antecedentes de este enfoque existencial en el último tramo del Bachillerato o el frustrado primer curso de profesor de EGB.
La idea de que el reconocimiento del prójimo iba a ser la causa de mi desenvolvimiento profesional y humano se desvanece progresivamente en la segunda mitad de los ochenta. Lustro en el que intentamos primero reciclar o readaptar nuestras aptitudes artísticas hacia ámbitos más profesionales (rótulos y publicidad) y entramos después en lo que es el tema de las oposiciones.
La lección que se aprende con esto de las oposiciones – habría que ser y estar a como estaba el tema de las oposiciones en aquel tiempo – es que lo que se consigue depende de lo que se hace. Si haces un buen examen y sacas suficiente nota consigues un puesto de trabajo fijo y seguro en la Administración. Si no es así te quedas como estabas. Es algo parecido a lo que se vive en la actividad deportiva. Si estás mejor preparado que otro llegas antes. Si es el otro el que está mejor preparado llegará antes que tú. No se trata de que los demás reconozcan que eres una persona inteligente y capacitada para desempeñar un puesto de trabajo fijo y seguro en la Administración como tampoco se trataría si los demás reconociesen que has ganado una carrera porque corres mucho y te entrenas todos los días. El reconocimiento del prójimo deja así de constituir una premisa necesaria para nuestro desarrollo profesional y humano. Tu futuro depende de ti. Y así se deja escrito en el Diario de 1989 eso de que “mi futuro soy yo”.
Evidentemente el punto de partida del funcionamiento por objetivos es el establecimiento de éstos. Por ejemplo superar unos exámenes. A diferencia de lo que ocurre en el funcionamiento por relaciones en el funcionamiento por objetivos hay una concreción de lo que se pretende. Esto aclara bastante la actividad de todos los días, claridad que no puede obtenerse – o que se obtiene en forma menos tangible y más difusa – si como se funciona es por relaciones. Por ejemplo tu no sabes si algún día reconocerán que eres un artista, como te lo reconocerán y en que se va a traducir dicho reconocimiento. Cuando te marcas objetivos sabes que día serán los exámenes y sabes si los pasas en que se va a traducir eso.
Entre el momento en que se establecen los objetivos y el momento en que se llevan a cabo los actos necesarios para conseguirlos media un también concreto lapso de tiempo. Es el tiempo de preparación. El atleta se prepara para una carrera, el que sigue una dieta se prepara para perder X kilos de peso. Dentro del tiempo de preparación se ubica el programa, al que podemos definir como la sucesión de actividades orientadas a la consecución de nuestro objetivo. La suma de los objetivos más el programa da lugar al Plan. Una actividad planificada es una actividad programada para conseguir unos objetivos. La planificación entra a formar parte de nuestro gobierno personal en la segunda mitad de 1989.
Buscando asimismo diferencias con el funcionamiento por relaciones también aquí se percibe una distinta mecánica. Así en el funcionamiento por relaciones tú no marcas los tiempos si no que los tiempos los marca el prójimo, a su antojo claro está y eso cuando los marca. Lo tuyo puede quedar aparcado sine die. Como no marcas los tiempos tú no puedes programar y por tanto lo decisivo no son tus hechos concretos si no el modo en que es acogida tu conducta en general y tus hechos como expresión o fruto de esa conducta.
Finalmente el objetivo es aséptico. Ni está a tu favor, ni está en tu contra. Ni le resultas simpático, ni le resultas antipático. Queda exento de los efectos de la consideración del grupo sobre el protagonista de los hechos. La asepsia en el funcionamiento por los demás necesariamente no existe. Si les resultas simpático, si están a tu favor las cosas van en un modo. O simplemente van. Si no es así van de otro. O simplemente no van.
El favor o el disfavor, la simpatía o la antipatía no dependen de lo que tú hagas o dejes de hacer. Dependen de lo que el grupo que a efectos del funcionamiento por relación se considera espera que hagas o dejes de hacer. Del papel que te hayan atribuido.