Cúmpleme esta tarde dominical proponer reflexión sobre el diverso modo en que se viven la envidia por el intelecto del prójimo y la envidia por sus bienes de fortuna. Para ello partiremos del concepto de envida que propone la Real Academia, concepto que aúna la tristeza o pesar del bien ajeno junto al deseo de aquello que no se posee. Situados en ese punto de partida diferenciaremos las posiciones de envidioso y de envidiado en razón de la distinta cantidad de intelecto o de bienes de fortuna que se posee en cada caso, por esencia menor en el primero que en el segundo. Para ilustrar nuestra tesis vamos a suponer tres individuos: Juan que es pobre y burro, Pedro que es más culto que Juan y Vicente que es más rico que Juan y que Pedro.
Cierto día Juan ve que Vicente se ha comprado un automóvil nuevo. Esto le produce envidia. Como la envidia es un estado de ánimo desagradable se supone que Juan intentará librarse del mismo. Para ello puede hacer varias cosas: intentar aumentar los rendimientos de su actividad profesional, pedir un préstamo, atracar un banco, robarle a Vicente el coche, quemárselo para que no pueda disfrutarlo,… o bien desplegar una actitud de indiferencia que desde luego será más aparente que real pues se supone que va a verlo conducir su coche nuevo regularmente. En este supuesto la envidia puede ser un estímulo de la conducta del envidioso en varios sentidos, tanto positivos – hemos admitido en primer lugar que Juan puede intentar aumentar los rendimientos de su actividad profesional – como negativos. Por tanto la envidia de lo que otro tiene no necesariamente tiene porque estar mal vista pues no necesariamente tiene que llevarnos a desplegar un comportamiento negativo.
Comparando ahora las posiciones de Juan y de Pedro vemos que hay cambios respecto a la comparativa entre las posiciones de Juan y de Vicente. Así en el caso anterior la cualidad personal de Vicente ser rico se manifiesta las cosas que tiene. En nuestro ejemplo el automóvil es la cosa en que se manifiesta la cualidad rico de Vicente. O más que cosas bienes, en el sentido civilista del término (aquello material o inmaterial susceptible de apropiación humana). El intelecto no se integra por bienes susceptibles de apropiación humana. Incluso inmateriales. Nuestra cosmovisión – por ejemplo – no es susceptible de ser apropiada por otro a la manera en que ese otro se apropiaría de un automóvil. El docto parecer con el que se expresa Pedro puede ser envidiado – y desde luego lo será – por Juan. Y como estado envidioso será estado de displacer llamado a ser combatido por quien lo sufre (Juan). Pero aquí la realidad social manifestada en el curso de la historia y acentuada en los últimos tiempos muestra que el sentido de los remedios adoptados por el envidioso carece del carácter neutro que hemos visto cuando lo que se envidian no son cualidades si no cosas.
La neutralización de la asimetría entre el sabio y el burro no lleva a la emulación del burro para convertirse en sabio sin que conduce al ninguneo del sabio por el burro. Al que tiene un coche nuevo de último modelo se le entiende perfectamente. Por el contrario lo que dice el sabio no se entiende (de lo particular se pasa a la presunción de una incomprensión general) El sabio no es como los demás, es raro, está chiflado (recordar película de Jerry Lewis), tiene un déficit alarmante de habilidades sociales,… etc., etc. Ninguneo tanto mayor cuanto mayor sea la asimetría.
Esto se plasma, entre otras manifestaciones, en las diferentes actitudes del envidiado por ser rico y el envidiado por ser sabio. El envidiado por ser rico – nuestro Vicente – busca normalmente la ostentación y normalmente también no se plantea el perdón paliativo del rechazo social – entre otras razones, porque al rico no se le rechaza – El envidiado por su intelecto – nuestro Pedro – intenta ampararse en la discreción y en esa discreción o disimulo si que late el asomo de la búsqueda del perdón de la sociedad por ser así.
Y cuando no es así, es un bicho antisocial. Más todavía.