En esta vida hay cosas que te buscas y cosas que te encuentras. Y es más. Puede ser que no busques nada y te encuentres con algo. Y es más todavía. Puede ser que ese algo que te encuentras te haga estar peor de lo que estabas. También podría ser a la inversa. Y a veces ocurre que es a la inversa. Pero como ocurre que todas hieren y la última mata esa última ocasión, la más inmediata, la más reciente, la que marca con su impronta tu devenir en lo sucesivo, es a peor. Ocurre algo parecido a lo que pasa con las apuestas. Puedes ganar en la primera, en la segunda,… incluso en la tercera. Pero de la cuarta en adelante lo que te toca es perder. Perder hasta arruinarte si no paras a tiempo. Y en la vida parar a tiempo es mandarlo todo a tomar por culo. Porque de no mandarlo todo a tomar por culo van a seguir dándote por el idem. Eso no evita que te den igual, pero lo vivirás de otra manera.
Nuestro amado héroe ya identificado como frolik se enfrenta a la realidad de un modo negativista, tanático. Cuanto le circunda de lo existe es estima en un juicio de previsibilidad subjetiva como un riesgo potencial, como una amenaza. Posiblemente no todo sea asi. Probablemente si todo acabe siendo así. Incluso lo hermoso y bueno terminará siendo feo y malo. Pero no es menos cierto también que en todo trayecto hay altibajos y por tanto debe haber descansos en todo paseo. En la senda autodestructiva hacia ese propio yo que teleológicamente debe esclarecerse consumando el mata mata – ojo, porque nunca se dijo el folla folla aunque pudo haberse dicho de igual manera – hay paradas y tiempo por tanto para tomarse una cerveza. Decaía así la razón de ser de la Quinientos salvo que dicho no decaimiento encontrase motivo en que también la ectoplásmica voz querulente quisiera tomarse una Aguila Amstel. Las voces querulentes no tienen porque renunciar a los lapsos que invocan los hostigados por su contumacia. Y evidentemente para poder tomarse una cerveza se supone condictio sine quam non cierta corporeidad.
La humeante sulfureidad se expandía por el celantro en que se había convertido el bar de la Pascuala y nuestro amado héroe perplejo tras identificar la fuente de donde procedía la querulente voz se dirigió a ella.
- ¡Quién eres y qué quieres de mi?
Entonces la Quinientos empezó a reirse en modo grandilocuente y tenebroso mientras se hinchaba como un globo colorado
- Ja, ja, ja, … váis a morir todos, vamos a morir todos,… ¡!!
Y se hinchaba, y se hinchaba colmando con su aberrante corporeidad el ya hemos dicho que reducido bar de la Pascuala.
Sobreponiéndose a la impresión inicial y al satánico curso de los acontecimientos nuestro amado héroe intuyó en veloz percepción que el ectoplasma se dimensionaba en creciente envergadura a medida que él mismo acumulaba sobre dicha presencia su propio espanto. Era él quien armaba el querulente poder del enemigo. Un poder que había empezado a manifestarse no desde el instante en que él había entrado el bar, había pedido una cerveza y se la habían servido sino desde el instante en que un intruso había preguntado en el bar por la titularidad de una mierda de perro. Si el perro no hubiera cagado en la puerta del bar no existiría la causa eficiente desencadenadora del cúmulo de eventos y la Quinientos quedaría despojada de su maléfico poder. Y con ella la voz que ectoplásmicamente encarnaba.
Puestas así las cosas tenía dos opciones: resolver el asunto de raíz lo que requería buscar y encontrar el perro o pedir una cerveza y tomársela ubicándose con ello en fase idéntica a la que se encontraba antes de que ocurrieran los hechos. Puesto que la Pascuala le estaba preguntando en ese preciso instante si quería tomarse otra cerveza tenía cubierta la mitad del recorrido de la segunda opción. Dijo si y se la sirvió.