La teoría de la alcachofa viene a denominar una elucubración del que esto escribe datada a mediados de los noventa. Su punto de partida es el siguiente: supongamos que X está convencido de que arrojando hojas de alcachofa por donde piso se me va a caer el pelo ¿realmente me quedaría calvo?
Enunciado lo precedente se descartaba por ilógico el nexo causal entre la acción de X (tirar hojas de alcachofa) y el efecto buscado (mi calvicie). Pero admitida esa ausencia de lógica se planteaba la cuestión primero de si la acción de X podía tener repercusión sobre mi y segundo si ese efecto podía comportar ya que no directa si indirectamente mi calvicie pretendida.
Abordando el asunto como un problema de interacción entre actitudes – porque obviamente es imposible contemplarlo bajo la óptica de una teoría causalista – especulamos primero sobre la actitud de X haciéndolo después sobre la nuestra propia.
En cuanto a la actitud de X en su momento apreciamos cuatro aspectos fundamentales:
a) En X existe el deseo de que nos aflija un nuevo mal
b) X participa activamente en su propósito aflictivo mediante una acción en si misma inocua. El medio escogido se sabe de antemano que no surte por si al fin aflictivo. Nadie pierde pelo porque otro pele una alcachofa.
c) La acción de tirar hojas de alcachofa es manifiesta pues X no disimula su deseo y además se presume indefinida
d) La acción de X es incorregible ya que no tenemos medios para impedirla.
En cuanto a nuestra actitud se suscita la naturaleza y el alcance de la inhibición. Puesto que ni a mi ni a mi cabello puede afectarnos que X tire hojas de alcachofa lo esperable es que la conducta de X nos importe un bledo. Y con ello fijémonos que nacen los comienzos de la acción objetivamente absurda de X. Van a partir de un bledo. No es lo mismo no resultar afectado por un asunto que adoptar frente a ese asunto una actitud. Aunque esa actitud sea de inhibición. Cuando a uno no le afecta un asunto no se plantea la necesidad de valorar y dar respuesta a un problema. Cuando uno adopta una actitud de inhibición esta sólo puede traer causa de que se ha planteado un problema que ha necesitado una respuesta. Cuando decimos que algo nos importa un bledo esto sólo es posible si antes nos hemos planteado si ese algo nos importa o no nos importa – o debe o no debe importarnos –. Ubicando en el bledo el tamaño de nuestro interés por el asunto lo que hacemos no es despojar el asunto de toda dimensión si no darle al asunto la dimensión que en cada tiempo atribuyamos al tamaño de un bledo.
En segundo lugar no puede decirse que en todo momento y lugar tengamos un completo conocimiento de los cursos causales que percuten en nuestro devenir humano. No es descabellado suponer que más pronto o más tarde empezaremos a perder el pelo y admitido el carácter indefinido del comportamiento de X tampoco es descabellado suponer que empecemos a perder pelo durante el tiempo en que él tira hojas de alcachofa. Habrá entonces una coincidencia fáctica entre dos hechos sin nexo causal mutuo pero con la concurrencia de elementos subjetivos: X quiere que me quede calvo, yo sé que X está haciendo cosas porque quiere que me quede calvo y X sabe que yo sé que está haciendo cosas porque quiere mi alopecia. No puedo parar mi calvicie progresiva ni impedir la conducta de X. Por tanto el efecto tendencial al que este cuadro subjetivo – no el objetivo – conduce es hacia el de la impotencia, la frustración y la rabia. En resumidas cuentas: X no consigue con sus hojas de alcachofa que perdamos pelo pero si parece estar logrando – o está creando las condiciones para lograrlo – que nos sintamos cada día un poco más jodidos.
En resumidas cuentas: el que las imbecilidades per se inocuas y jurídicamente inatacables de X lleguen a tener un efecto lesivo sobre mis intereses y perjudicial sobre mi mismo sólo es cuestión propia y del tiempo. Dependen de mi y de lo que duren. En contra de lo que prima facie pudiera suponerse el imbécil no es imbécil. Y el imbécil no es imbécil porque ni es consciente ni por ende le preocupan sus imbecilidades. No le preocupan ni para calificarlas como imbecilidades. El imbecil es el no imbécil – el que se considera a si mismo como no imbécil – que confrontado al producto del imbécil se plantea discernir el alcance y contenido de la imbecilidad ajena. El hecho imbécil deviene asi en asunto que percute en el no imbécil reflejando en el espejo de su ánimo la imagen de la imbecilidad.
En conclusión las hojas de alcachofa no tendrán efecto alguno ni sobre mi calvicie ni sobre mi mientras yo no me plantee la chorrada. A la inversa, empezarán a desplegar su eficacia en el instante en que me plantee que el hecho es una imbecilidad.