Desde luego uno de los episodios de la filosofía del Bachillerato que más se te quedan es la aporía de Aquiles y la tortuga. Episodio al que dedicamos esta entrega de hoy. Si recordamos, la argumentación de Zenón de Elea viene a plantear poco más o menos lo siguiente:
Aquiles es el hombre más veloz de la Tierra y la tortuga el animal más lento por excelencia. Ambos parten en una carrera en la misma dirección. Como Aquiles corre diez veces más aprisa que la tortuga se le da a ésta una cierta ventaja. Pongamos que esa cierta ventaja es de un metro. Conforme a lo dicho, cuando Aquiles haya recorrido el metro que le separa de la tortuga ésta habrá recorrido un decímetro. Cuando Aquiles haya recorrido el decímetro que la tortuga le saca de ventaja ésta habrá recorrido un centímetro. Cuando Aquiles haya recorrido el centímetro que le separa de la tortuga ésta habrá recorrido un centímetro y así sucesivamente. De este modo Aquiles no podrá alcanzar nunca a la tortuga aunque se vaya aproximando infinitamente a ella.
De entrada lo que sugiere la argumentación del eleata son dos cosas: En primer lugar que aún pudiendo ser la misma cosa puede ser también que nuestra verdad y nuestro conocimiento de la realidad sean cosas distintas. En segundo lugar, y desde luego más decisivo, que por impecables que sean las argumentaciones Aquiles acaba adelantando a la tortuga.
En punto a la primera de estas dos cosas el tema de la verdad y de la realidad ya han sido tratadas por quien esto dice en los Foros de esta Santa Casa. Por ejemplo en el texto sobre Epiménides. Así diferenciábamos entre la realidad que es lo que existe y nuestro conocimiento de la realidad que es lo que llamamos verdad. La realidad es objetiva y la verdad es subjetiva. Si nuestro conocimiento de la realidad – nuestra verdad – se circunscribe a la interpretación de los datos que nos mandan los sentidos no hay problema. El problema está cuando se intenta ir más allá y precisamente lo propio del filósofo no es intentar ir más allá si no intentar ir bastante más allá. Uno de los frutos de ese alejamiento es o aquí parece ser el de otorgar vida propia – es decir, realidad – a la interpretación del dato conocido. Algo así como la admisibilidad de que el alma del ser humano o el software de un sistema informático resultan tangibles. Zenón cree en la realidad semifáctica de su aporía. Y así para solventar la paradoja del hecho de que Aquiles siempre alcanza la tortuga – porque no se puede negar lo que es evidente – aducirá que tal hecho es fenoménico y por lo tanto no concluye nada en contra de la aporía. Afirmación poco menos que chocante pues aún tratando de defender la doctrina de Parménides – que exigía la negación del movimiento real y al afirmación de que todo movimiento es ilusorio – el resultado al que implícitamente se llega es el de un divorcio entre lo nouménico y lo fenoménico, entre lo verdadero y lo real. Afirmación que si recordamos es la primera que hemos sentado en el párrafo precedente.
En segundo lugar si Aquiles acaba adelantando siempre a la tortuga por más vueltas que se le pegue será porque en esos razonamientos con los que se pegan vueltas falla algo. Y lo que falla es la noción de tiempo. Como sostiene Bergson Zenón espacializa el tiempo. Le atribuye al tiempo las propiedades del espacio. De este modo si efectivamente el tiempo tuviera las mismas propiedades que el espacio la aporía no tendría solución. Pero no es así. Por ejemplo tú coges una distancia N y la puedes someter a un número de divisiones infinito. Pero el tiempo no. Tú no puedes coger un segundo y fragmentarlo a tu antojo porque al segundo le va a importar un bledo y va a transcurrir exactamente igual. Durante un segundo. El tiempo es un fluir continuo, regular e indivisible que no se puede descomponer en puntos equivalentes a los puntos en que si se puede descomponer el espacio. Bajo este punto de vista no hay ningún problema en explicarse porque Aquiles alcanza a la tortuga: aunque la distancia y la velocidad sean distintas el tiempo pasa exactamente igual para los dos.