Uno de los principios básicos del funcionamiento de las Administraciones Públicas es el de que hagas lo que hagas vas a cobrar igual, en consecuencia cuanto menos hagas más rentable te resultará el tiempo que permanezcas a disposición del centro de trabajo. Por ejemplo si durante el mes cobras [R] por tramitar [N] expedientes lo que percibes por expediente es un coeficiente retributivo [N/R]. Puesto que el denominador es constante el coeficiente retributivo sólo puede incrementarse reduciendo el numerador. Si la plantilla orgánica de un centro de trabajo está compuesta por un único empleado [E] el control sobre este empleado será máximo pues es evidente que si no se tramitan los [N] expedientes esto sólo es posible si y sólo si [E] se ha estado tocando los huevos. Si en lugar de estar compuesta por un empleado hay dos [E] el control de actividad sobre cada uno de ellos será del 50 por 100. Si hay cuatro del 25 por 100. Y así sucesivamente. Para limitar el efecto a que tendencialmente está llamada la regla precedente surge el elemento controlador [C] La presencia de este elemento no se justifica por un aporte de producción en sentido propio sino para evitar una disminución más allá de lo razonable de la producción del resto de la plantilla orgánica. Sin embargo el propio [C] está inmerso en la regla del coeficiente retributivo [N/R] por lo que no escapará a la tentación de tocarse los huevos Ocurre de esta forma que el control de [C] requiere la presencia del peor de todos, el elemento directivo [D] El resultado es una estructura crecientemente compleja con vocación implícita de no servir absolutamente para nada y que en última instancia sólo se justifica porque está ahí.